Cuando se nace en Colombia, tomar café es tan natural como respirar; se bebe todo el día como agua que sacia la sed: una sed de sentirse en casa, en familia e incluso vivo. Para tomar café de la única manera que conozco hace falta el sabor y perfume arábico que se esconde en cada grano; el paisaje, el clima tropical, la luz del sol, las monta ñ as de los Ándes y la tierra fértil Colombiana. Hacen falta las notas herbales, el acaramelado aroma y las cítricas sensaciones que te abrazan en un sorbo; el empuje nacional de cultura y fuerza que transforman la imagen de un país con la magia de su café. Para tomar café hacen falta los abuelos y sus historias, la casa, el barrio, los amigos, el idioma y acento más bello del mundo para mis oídos; el hogar y la sensación de lo conocido, lo amado, la complicidad de nuestros dichos. Hace falta, el bu ñ uelo, el pandebono y la empanada con sus respectivas salsas. Hoy que me encuentro lejos, pequeñas costumbres como tomar café no las vivo