Un niño naturalmente es bullicioso, travieso, alegre, risueño y curioso, pero una serie de circunstancias desventuradas de repente pueden obligarlo a crecer de golpe, asumiendo cargas muy pesadas inclusive para un adulto. El dolor de estas heridas puede viajar en el tiempo y seguir lastimando a través de bloqueos, miedos, inseguridades, tristeza, depresión, desconfianza, necesidad de control continuo y vergüenza. Hay ciertos rasgos que quedan después de haber sufrido una infancia difícil, por ejemplo: una conducta inhibida , les cuesta tener visibilidad en el mundo, quieren pasar desapercibidos y no dicen lo que piensan, sienten y quieren porque tienen miedo de las consecuencias. Este no es el caso de las personas introvertidas que aunque no son adeptas de las situaciones sociales no tienen trabas en el momento de expresar sus deseos. Otro rasgo es la dificultad para valorarse y pueden demostrarlo con actitudes tanto de inferioridad como de superioridad para enmascarar